Circula por las redes el video del padre de la joven profesional que fue ultimada de un balazo por un ladrón hace pocos días.

La explosión emocional del padre, cuando lamentaba la muerte de su hija, me impresionó de manera profunda: “esto está jodido… esto no sirve… se llevaron a mi hija mayor… esto es política sucia, politiquería barata… lo que me pasó a mi le va a pasar a otros… señor presidente, pare esta vaina…” Me vi en el retrato de este padre, y casi no me atreví a imaginar que me pueda pasar lo mismo: luchar honestamente para levantar una familia, ver los hijos crecer y lograr sus metas, ¿para que venga un desalmado y acabe con todo? En realidad, sus palabras fueron pocas, y cualquiera habría dicho mucho más.

La casa de esta profesional estaba protegida como un regimiento militar: verjas de quince blocs de altura, por atrás y por los lados, y encima de las verjas una malla ciclónica, con garfios para que nadie pudiera penetrar, mientras por delante, un portón eléctrico, alarmas, y varias cámaras. Todo esto denuncia un estado de cosas como si fuera en un estado de guerra, pues la inseguridad ciudadana que padecemos contradice nuestro sueño de vivir en paz y armonía con nuestras familias, y afecta a ricos y pobres, a civiles y militares, a la gente del gobierno y a la oposición, y es el resultado del desorden que se promueve desde el poder, con jueces políticos que auspician la impunidad, y funcionarios corruptos sin ninguna sanción.

Mientras esto sucede el candidato oficialista repite hasta el hartazgo su estribillo: “!para que siga el progreso!”, e insisten en los anuncios sobre una supuesta “revolución educativa”, como si nadie supiera que el informe PISA nos relegó como el peor sistema educativo. Lo grave es que ellos están convencidos de que ‘todo se puede hacer’, y que dominan la mercadotecnia electoral para tapar el sol con un dedo. Creen que ‘todo se compra con dinero’, y han logrado poner sus bocinas en todos los medios; manejan el clientelismo político a diestra y siniestra; confían en la retribución de las tarjetas solidaridad, y creen que al final la gente vende su voto.

Se ha perdido la vergüenza, no hay capacidad de sentir culpa, y el miedo se disimula escondiendo la cabeza como el avestruz. Hay una actitud de que ‘todo se puede’, que ‘nada es nada’, y que al final ‘el poder se sale con la suya’, sin darse cuenta que ‘todo tiene su límite’, y que el alambre -por más fuerte que sea- ‘mientras más se aprieta más fácil se rompe’, pues esto se pasó de la raya.

Hace años que venimos con el juego de que un escándalo tapa otro, y no salimos del asombro, de modo que, tenemos que unirnos para cambiar de dirección, los mansos y los cimarrones, los de izquierdas y los de derechas. El país no resiste tanto desorden, de lo contrario algo va a explotar, y las consecuencias serán peores, y puede suceder aquí lo que ha sucedido en naciones vecinas.
Esto se pasó de la raya, y tenemos que cambiar de dirección, y la salida inmediata es votar en contra de los que están, y buscar nuevos caminos.