Por Felipe Frydman
Las elecciones primarias en los Estados Unidos para la nominación de los candidatos a presidente constituyen un ejercicio democrático de participación ciudadana. En las primarias del Partido Demócrata compiten diez candidatos mientras en el Partido Republicano la presencia omnipotente del presidente Donald Trump buscando la reelección desalentó la posibilidad de otros contendientes.
La democratización del proceso electoral partidario comenzó en 1890 con el propósito de quebrar la manipulación de las nominaciones por parte de las camarillas políticas incrustadas en estructuras partidarias. Los partidos asumieron el desafío de elaborar el régimen respetando el carácter federal de los Estados Unidos; cada Estado tiene un número de delegados que elegidos por los votantes los representan en las Convenciones donde culmina el proceso de selección del candidato presidencial. Los partidos pueden designar también un número exiguo de delegados denominados “superdelegados” que les permite a la estructura partidaria ejercer alguna influencia. Este número de “superdelegados” ha ido disminuyendo por la presión de las bases para lograr transparencia y el respeto a los resultados de las primarias.
Los debates que se extienden a lo largo de seis meses muestran la preparación de los candidatos; las propuestas de políticas son sometidas al escrutinio de los otros candidatos y discutidas en detalle en las campañas. La competencia mordaz entre los candidatos incluye los antecedentes de cada aspirante y la coherencia de sus posiciones a lo largo de sus carreras políticas. Los candidatos aceptan como parte del proceso someterse a la voluntad de los votantes para obtener un lugar en las elecciones.
La participación en las primarias requiere de una sólida organización que demanda importantes recursos financieros aportados por los simpatizantes. El mismo presidente Trump ocupa parte de su tiempo en recaudar fondos para el Partido Republicano que serán utilizados en la campaña final. Los candidatos demócratas han optado por diferentes formas limitando o rechazando los aportes que provengan de sectores considerados contrarios a sus posiciones políticas porque la aceptación es considerada una limitación para la independencia de los candidatos.
Esta participación ciudadana y la calidad de los debates que comenzó hace más de 100 años contrastan con el proceso de las PASO en la Argentina, donde los candidatos son designados por los líderes sin ningún interés de propiciar el debate sobre las políticas de gobierno. Las estructuras verticalistas imponen los candidatos por su fidelidad a la cúpula eliminando las posibilidades del disenso interno con la excusa de evitar el desgaste en la contienda. Esta diferencia en los procedimientos pareciera el resultado del nivel de desarrollo de la conciencia política y de las posibilidades de la ciudadanía de participar en la construcción de la democracia.
Los promotores de una nueva democracia desdeñan la participación con opinión de la ciudadanía: prefieren la democracia delegada en un líder abarcador de la totalidad. La discusión sobre la transferencia de la voluntad ensalzando la capacidad del líder de interpretar la realidad y decidir constituye una forma de despojar al ciudadano de su capacidad de pensar. La consolidación de la figura del líder elimina también las discrepancias porque al trasladar el poder de decisión se establece la demanda de fidelidad.
La participación democrática permitió el surgimiento de nuevos líderes en el Partido Demócrata: Bernie Sanders, Peter Buttigieg, Elizabeth Warren, John Biden, Amy Klobuchard, Tulsi Gabbard y Michael Bloomberg; otros han quedado en el camino. Los ex presidentes como Bill Clinton y Barack Obama sólo actúan como colaboradores porque tienen vedado su reelección después de dos mandatos. El aprendizaje del ejercicio de la democracia es lento pero para hacerlo efectivo obliga a reconocer que reside en los ciudadanos y no en primeros protagonistas.
El autor es Licenciado en Economía Política (UBA), Master in Economics (University of Boston) y fue embajador argentino en Tailandia. Es Miembro Consultor del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI)