Para un inglés, su casa es su castillo, pero para Charles Jencks, la casa de un inglés es su abstruso simbolismo cósmico. El número 5 de Landsdowne Walk, ubicado en Notting Hill, un barrio que aparentemente siempre está de moda, no tiene puerta principal sino un portal, en el sentido grandioso de la palabra. En cualquier caso, Jencks, fallecido el pasado octubre, no era del todo inglés, aunque viviera en Londres desde 1965, año en el que dejó la Escuela de Diseño de Oxford. Nació en 1939 en Baltimore (Estados Unidos), de padre compositor. Patricio, amable, encantador y hay que reconocer que un poco arrogante por cuenta de su posición, educación y riqueza (su difunta esposa, Maggie Keswick, pertenecía a la familia que inventó Hong Kong), a nadie se le ha ocurrido nunca decir: «Venga ya, Charlie. No es un portal, ¡es una maldita puerta principal!».
Este gran divulgador del posmodernismo pertenece a la larga lista de artistas e intelectuales angloamericanos que se asentaron en Londres, y en la que figuran el pintor J.M. Whistler, el escritor Henry James y el poeta T.S. Eliot. El pensamiento de Jencks puede ser a veces tan etéreo como Nocturno, el cuadro de Whistler. Su prosa, tan farragosa como la de James. Y sus cavilaciones y referencias, tan arcanas como las de Eliot.
El 4 de mayo de 2018, la casa de Jencks fue declarada Edificio de Grado Uno, lo cual no está nada mal para algo que, en realidad, es un proyecto de especulación cósmica. Porque Grado Uno quiere decir que estamos ante una obra de arte de la arquitectura reconocida oficialmente; ante un elemento significativo del patrimonio nacional; ante un proyecto, según los funcionarios, tan importante como el Parlamento o la Torre de Londres. ¿Seguro?
Antes de describir la casa de Charles Jencks, debo hablar del propio Charles y de su mentor, Reyner Banham (1922-1988), el historiador de la arquitectura inglesa más influyente desde el alemán Nikolaus Pevsner. Banham trabajó en The Architectural Review durante el periodo más influyente de esta histórica revista, tras lo cual ejerció la docencia en la Bartlett School of Architecture de la Universidad de Londres, en la que Jencks era su estudiante de doctorado.
Banham era un gruñón contestatario, cuya poblada barba apostólica y su manía de ir a todas partes en bicicleta delataban una personalidad mesiánica. Estuvo presente en la invención del Pop Art en 1956, ensalzó la cotidianeidad en sus escritos, acuñó el término «brutalismo» y cultivó con mucho éxito la imagen de tipo estupendo. Pero también era un académico excelente, un investigador meticuloso y un pensador original. Su Teoría y diseño en la primera era de la máquina, publicado en 1960, sigue siendo el mejor trabajo que existe sobre el modernismo heroico. Por eso creo que, tanto en obra como en pensamiento, Charlie Jencks quería superar a su maestro.
Según los funcionarios, estamos ante un edificio tan importante como la Torre de Londres o el Parlamento británico. ¿Seguro?
Jencks publicó su primer libro, Arquitectura 2000: Predicciones y métodos, en 1971. Antes de cursar arquitectura, había estudiado literatura y estaba muy influido por las teorías críticas más en boga. Para su libro, toma prestadas ideas de la semiótica y del antropólogo Claude Lévi-Strauss. Encuentra fascinante, por ejemplo, la distinción entre significante (que lo que realmente significa es «superficie») y significado (es decir, «contenido»), y lo menciona a menudo. Poco importaba que Roland Barthes, el gran mago de la semiótica, se adentrara cada vez más en la oscuridad cada vez que intentaba aplicar el método semiótico: Jencks ya había bebido mucho de ese embriagador manantial de impostura intelectual.
En 1972 publicó el brillante Adhoc-ism, una irreverente actualización del object trouvé. Al año siguiente, publicó su tesis doctoral, que tituló Movimientos modernos en la arquitectura. Es significativo el plural «movimientos», con el que Jencks quería decir que la arquitectura moderna no era un todo coherente, sino un ensamblaje fluido y fractalizado. Banham había supervisado la tesis pero luego, en privado, se arrepintió de haberle concedido a Jencks el doctorado, puesto que le daba licencia para propagar la confusión en los solemnes salones de la historia de la arquitectura.
Aunque Arquitectura 2000 se publicó cinco años después del trascendental Complejidad y contradicción, de Robert Venturi, Jencks no hacía mención al posmodernismo. Lo hizo más tarde, en El lenguaje de la arquitectura posmoderna (1977), libro que cimentó su reputación y que, ya en su octava edición, se ha convertido en un acontecimiento de lo más extraño: un superventas de la historia de la arquitectura.
La obra demostró que Jencks era capaz de alcanzar la genialidad retórica. Una de sus afirmaciones, que «la muerte de la arquitectura moderna» sucedió exactamente el 15 de julio de 1972, cuando se dinamitó Pruitt-Igoe (el famoso complejo de viviendas-colmena que Minoru Yamasaki había construido en Misuri 20 años antes), se ha convertido en una de esas citas de las que nunca te olvidas.
Tal vez por celos, los historiadores de arquitectura más recalcitrantes no respetan a Jencks. Dicen que no es un académico, sino un publicista, un sabueso que se dedica a olfatear nuevos movimientos. Y es cierto que no demuestra un interés muy serio por la historia o por la tecnología de la construcción. A Jencks lo que le importa es todo lo que tenga que ver con la decodificación. Al fin y al cabo, ¿qué tiene que ver la cosmogénesis con una casa? Por otro lado, la historia reciente tampoco ha tratado muy bien a algunos de los arquitectos posmodernos a los que Jencks defendió tan clamorosamente, como Michael Graves, Charles Moore, James Stirling y Hans Hollein. Cuarenta años después, ninguno de ellos se ha convertido en una gran figura de reputación perdurable.
Jencks concibió su casa como un polémico manifiesto a favor del posmodernismo. Quería mostrarnos lo que era «el diseño simbólico»
Pero entremos ahora al castillo de Jencks, que él llama Thematic House, la Casa Temática. No es esa máquina para vivir que formuló Le Corbusier, sino una esotérica tesis jencksiana, decorada con laminado de densidad media que está envejeciendo regular. Comenzó a construirse en 1979 y, aunque Jencks afirma que realizó más de mil dibujos, contó con la ayuda del arquitecto Terry Farrell (ya que Jencks no tiene ningún título profesional). Durante un tiempo, Farrell fue el arquitecto posmoderno más visible, y audible, de Inglaterra. Pero el fracaso del canal TV-am, cuya sede se encargó de proyectar, estableció una conexión directa entre el posmodernismo y la incompetencia comercial que nunca ha llegado a desaparecer del todo.
Jencks concibió su Casa Temática como un polémico manifiesto a favor del posmodernismo, en un momento en el que le preocupaba que su idolatrado movimiento estuviera perdiendo su comprensión del ornamento. Afirmó que la tendencia había degenerado hasta convertirse en un conjunto de «apliques kitsch», y añadió que su intención era «mostrar lo que es el diseño simbólico». Y vaya si lo ha hecho.
Desde la calle, los perfiles de las ventanas de la Casa Temática pueden percibirse como personas o perros, aunque no es fácil decir por qué eso es algo bueno. El portal es un «óvalo cósmico». Una vez se cruza el umbral, se llega a una sala de espejos, toda una demostración de narcisismo autorreferencial. La planta baja está organizada en torno a una escalera de caracol central. Una de las habitaciones adyacentes se llama Invierno y fue codiseñada por Michael Graves: la estación está representada con rocas chinas sobre zócalos de madera y un busto de Hefesto, inspirado en los rasgos del ceñudo escultor Eduardo Paolozzi. En Verano hay un mural de Allen Jones que bebe de La danza de la música del tiempo, de Poussin (lo puede ver en la Wallace Collection de Londres). Y donde usted cree que está viendo un semicírculo con asientos frente a la ventana, se equivoca: no es un semicírculo con asientos frente a una ventana, sino un «reloj de sol». Porque, como ve, el tiempo pasa.
Muy preocupado por la diferencia entre el tiempo cósmico y el tiempo cultural, el movimiento de las esferas o la preparación de un curry, Jencks eligió el «verano tardío» como temática de su cocina. Las escaleras que conducen al dormitorio tienen 52 escalones y siete divisiones cada uno. Los estudiosos creen que puede tratarse de una referencia al año solar. En la oficina de Jencks, las estanterías tienen forma de edificios.
«Esta casa es la más intensa desde la de Sir John Soane», ha dicho el arquitecto Alejandro Aravena. Lo cual es todo un halago a Jencks
He visitado varias veces la Casa Temática y nunca deja de sorprenderme. Pero, al menos en mi caso, el asombro puede convertirse en pánico y en un deseo urgente de escapar. En un momento histórico en el que Alejandro Aravena, con sus ideas sobre el papel social de la vivienda, es el arquitecto más importante en la profesión, no entiendo de qué va Jencks.
El propio Aravena se rinde ante él: «Esta casa es la más intensa desde la de Sir John Soane», ha dicho, refiriéndose a la extraña e incomparable cornucopia de restos arquitectónicos que el gran arquitecto neoclásico reunió en lo que hoy es su museo londinense. Siendo honestos, se trata de una comparación que halaga a Jencks y cuestiona a Soane.
¿Es la Casa Temática la obra de un rico chiflado y encantador o es arquitectura seria? Jencks no puede ayudarnos a responder a esta pregunta. Una vez dio una conferencia en el Festival de las Flores de Chelsea. Lo sé porque estuve allí. El tema era «Ondas», ya que en aquella época le interesaba más la geomorfología que los edificios. Habló cordialmente durante unos 40 minutos, en los que no expresó ni una sola idea comprensible. Como monologuista fue brillante. Como narrador racional del diseño de jardines fue tan desconcertante que la gente buscaba aire y miraba el reloj.
Jencks dijo una vez que la historia de la arquitectura es «una serie de debates internos contra su idiotez profesional». A mí me gustaría iniciar otro debate. Hay que tener cuidado en una época de activismo LGTB con decir cosas como esta, pero ¿no es la Casa Temática en realidad arquitectura travestida? ¿No está toda arreglada y sin tener a dónde ir? ¿Acaso no es más que un lujo excéntrico? ¿Una colección de apliques kitsch? Personalmente, me alegra mucho que Charles Jencks haya construido la Casa Temática porque se enmarca dentro de una excelente tradición de excentricidad inglesa, a la que también pertenecen la Pagoda de Chambers, en Kew, o la Torre Beckford, en Bath. Y me alegra aún más que nadie se haya dispuesto a copiarla. O tal vez es que simplemente me falta conciencia cósmica.
El País